lunes, octubre 25, 2010

Lo que no se dice de la fecundación 'in vitro'

Imágen Gaspar Meana


Se generan a propósito embriones para ser empleados en experimentación; como no han sido implantados en el útero materno, se les llama eufemísticamente 'pre-embriones'

24.10.10 - 02:39 - JUAN RAMÓN DE LOS TOYOS GONZÁLEZ PROFESOR TITULAR DE INMUNOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO Y MIEMBRO DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE BIOÉTICA Y ÉTICA MÉDICA

El premio Nobel de Medicina 2010 ha sido concedido al profesor Robert G. Edwards por el desarrollo de la fertilización humana 'in vitro'. La concesión del Nobel ha supuesto un espaldarazo moral a una técnica reproductiva de la que la opinión pública desconoce aspectos muy cuestionables desde el punto de vista de la dignidad humana. Como buena parte de las técnicas que luego son aplicadas al hombre, la fertilización en laboratorio tuvo su origen en observaciones y conocimientos básicos generados por medio de la investigación en animales. De hecho, el profesor Edwards obtuvo su grado de doctor mediante la realización de una tesis sobre el desarrollo embrionario del ratón. Las implicaciones bioéticas de la fecundación 'in vitro' resultan, sin embargo, muy distintas según su aplicación sea a la especie humana o al ratón.



El resultado con éxito de la fecundación humana es una célula -el cigoto- que no es una célula más: es el comienzo de un embrión humano. Todos hemos pasado por ese momento de nuestra vida. No es lo mismo manipular embriones humanos que embriones de ratón. ¿Tiene suficiente y debida justificación ética la generación de los ya miles de embriones humanos que han sido implicados hasta su muerte en la puesta a punto eficiente de la fertilización humana 'in vitro'?
Alguien ha dicho que la bioética es como la cabina presurizada de un avión: una vez que se produce una pequeña fisura, ésta conduce a un agujero importante en el fuselaje y por él acaba perdiéndose buena parte del pasaje. Esto ha sucedido con la fecundación humana 'in vitro' que ha llevado a la supresión de barreras éticas y a la modificación siempre interesada de sus presupuestos. La técnica a la que nos estamos refiriendo sirvió originariamente para sortear los problemas de esterilidad humana -un fin muy loable- pero conviene conocer lo que realmente ocurre en el laboratorio en torno a esta técnica.



No es nada infrecuente, por ejemplo, que para 'producir' en el laboratorio una nueva vida humana se llevan a cabo fecundaciones anónimas, de las que surgen personas que nunca sabrán quiénes son sus auténticos padres y madres. Son huérfanos biológicos. Esas personas sufren problemas de identidad personal, psíquicos, de conducta, y conflictos familiares. Así lo pone de manifiesto un estudio realizado este año bajo el título 'Mi papá se llama Donante'. Es cada vez mayor el número de personas que quieren que se prohíban las donaciones anónimas de semen y óvulos, que, por otra parte, habitualmente son remuneradas.



Conviene saber también que existen clínicas que ofertan bebés «a la carta», a quien quiera; eso sí, pagando. Y la posibilidad de ser madres de alquiler; o la aparición de mujeres que se han hecho madres a los 70 años. La opinión pública desconoce, por otra parte, que la técnica y su entorno no siempre tienen éxito; si se quiere un hijo a toda costa, hay que recurrir a sucesivos intentos. Se puede llegar a una forma de encarnizamiento procreador. Sometida a la oferta y la demanda, buscando la máxima eficiencia, en cada ciclo o intento, se generan varios embriones. Unos se implantan y otros quedan en reserva. Si en el útero se implantan varios pero sólo se desea uno, se procede paso a paso a la reducción embrionaria: los no deseados van siendo eliminados uno tras otro.



Existe, por otra parte, una forma de reducción embrionaria 'in vitro' que, a mi modo de ver, reviste especiales problemas éticos. Me refiero al diagnóstico pre-implantatorio. En este caso, se generan embriones en los que genéticamente se estudian sus características; los que no reúnen los requisitos deseados de calidad son descartados. Los datos que se disponen indican que para obtener finalmente un embrión sano y útil se requiere producir aproximadamente 50 embriones humanos; los otros 49 no interesan. Este procedimiento supone una categorización de la vida humana: embriones de primera, de segunda, de tercera. El diagnóstico pre-implantatorio se aplica ahora principalmente con fines biomédicos, pero, en el marco de los bebés «a la carta», llevará a la eugenesia, al intento de crear la 'super-raza', 'el super-hombre'. Ya lo ha propuesto así John Harris: «reemplazar la selección natural por la selección intencionada».



Otro problema que ha traído de cabeza a los expertos en bioética ha sido la producción de cientos de miles de embriones humanos sobrantes, restos de la fecundación 'in vitro', congelados en tanques de nitrógeno líquido, repartidos por todo el mundo. Su destino final es incierto. En algunos casos, los responsables de su generación han desaparecido o se han desentendido de ellos; son huérfanos crioconservados.



Muchas veces, como si tratara de piezas de repuesto, se obtienen sus células embrionarias para ser utilizadas en ensayos de medicina regenerativa, para la salud de otros pero no en beneficio propio. A esto hay que añadir que la fecundación 'in vitro' ya no se lleva a cabo con fines únicamente reproductivos. Se generan a propósito embriones para ser empleados en experimentación; como no han sido implantados en el útero materno, se les llama eufemísticamente 'pre-embriones'.



Estos días se han oído muchos aplausos a los logros de la fertilización humana 'in vitro', pero si nos fijamos en todo lo que esta técnica supone en la práctica parece lógico que nos preguntemos si realmente se trata de un progreso. Técnicamente se pueden hacer muchas cosas con el embrión humano, pero, ¿son éticamente aceptables? Quienes por razones varias acuden a la fertilización 'in vitro' deberían conocer y ser conscientes de lo que van dejando por el camino.



Desde su comienzo, el gran perdedor de esta historia es el embrión humano que ha ido siendo desposeído progresivamente de sus derechos: a la vida, a nacer. Ha quedado reducido a una mercancía que se puede encargar y comprar; a material biológico que es valioso en la medida en que aporte células vivas; su existencia ha resultado cosificada, instrumentalizada. Sin voz ni voto, el embrión humano ha finalizado esclavizado a los intereses de los individuos y de la sociedad. También son víctimas muchos niños que han venido al mundo mediante una técnica que lesiona su dignidad de seres humanos.



Hay quien piensa que el progreso lo justifica todo. Pero, ¿realmente es eso cierto? Es más, ¿puede llamarse progreso al refinamiento de una técnica que entraña tantos componentes contrarios a la dignidad humana?


Publicado en El Comercio

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